viernes, 29 de mayo de 2015

La flor de Lirolay


Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida la había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados los sabios más famosos. Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor de Lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del Lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.
Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar el viaje. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor de Lirolay.
Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera que fuese el resultado de la empresa.
Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor de Lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía, a normas idénticas.
Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores las resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.
El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con gran riesgo de su vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos. Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de Lirolay, se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio.
Antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.
Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de Lirolay. Pero su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.
De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral. Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.
Cuando el pastor probó de modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:
No me toques, pastorcito,
ni me dejes de tocar:
mis hermanos me mataron
por la flor de Lirolay.

La fama de la flauta mágica llegó a oídos de Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:

Mo me toques, padre mío,
ni me dejes de tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de Lirolay.

Mandó entonces a sus hijos que tocasen la flauta, y esta vez el canto fue así:

No me toquen, hermanitos,
ni me dejen de tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor de Lirolay

El pastor les llevó al lugar donde había cortado la caña de su flauta y les mostró el cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe salió vivo, desprendiéndose de las raíces.
Descubierta toda la verdad, el rey condenó a muerte a sus hijos mayores. Pero el joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el rey también los perdonara.
El conquistador de la flor de Lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.

 imagen: gid-peru.org
……..

He transcrito esta leyenda tal y como la encontré en la red. Es una leyenda conocida en la práctica totalidad de las regiones argentinas, cambiando únicamente el nombre de la flor en los distintos lugares donde se cuenta: Lirolay, Ilolay, Lirolá, Liolá o también, “La flor de la Deidad”.

domingo, 10 de mayo de 2015

Dioses romanos y sus homólogos griegos



El homólogo griego del dios romano de la curación, Esculapio, era Asclepio.
El del sol, Febo, era Apolo.
El del vino, Baco, era Dionisio
Ceres, la diosa romana de la cosecha era la griega Deméter.
El homólogo griego del dios romano del amor, Cupido, era Eros.
Diana, la diosa romana de la caza, era la griega Artemisa.
Juno la consorte de Júpiter, era en Grecia Hera, consorte de Zeus.
Júpiter, el supremo dios romano, ya hemos dicho que en Grecia fue Zeus.
Marte, el dios romano de la guerra tuvo a Ares como homólogo en Grecia.
Mercurio, el dios romano de los negocios, era Hermes en Grecia.
Minerva, la diosa romana de la sabiduría, era Atenea en Grecia.
Neptuno, dios romano del mar, fue en Grecia Poseidón.
La diosa romana del amor, Venus, tuvo en gracia su homóloga en Afrodita.
La diosa del hogar en Roma fue Vesta y en Grecia Hestia.

Vulcano, el dios romano del fuego, en Grecia era Hefesto.